Charles Darwin y el viaje del Beagle
En su juventud Charles Darwin estaba muy lejos de parecer un científico prometedor. Primero intentó estudiar la carrera de Medicina siguiendo los pasos de su padre, Robert Darwin, un respetado médico rural. Así que, en 1825, partió junto con su hermano mayor a la Universidad de Edimburgo. Allí permaneció dos años. Las disecciones anatómicas, la sangre y el sufrimiento humano no resultaron tolerables para su sensibilidad. Asistió a dos operaciones muy graves, pero fue incapaz de mantener la calma y salió huyendo antes de que concluyeran. Robert Darwin comprendió que Charles nunca terminaría Medicina, de modo que le instó a que se ordenara clérigo de la Iglesia anglicana.
Mostró gran pasión por el tiro, la caza y montar a caballo, todas actividades al aire libre que reflejan un espíritu algo indómito y aventurero. Tampoco desdeñaba las delicias de las artes. Se aficionó a las pinturas y los buenos grabados, la música y la lectura de Shakespeare. También se entregó vivamente a coleccionar escarabajos y tenía todo tipo de cajas entomológicas esparcidas por su habitación de estudiante.
Darwin mostraba una aguda inteligencia que llamó la atención de algunos de los mejores profesores de Cambridge, aunque él mismo no fuera consciente de su talento potencial.
El teniente de navío de la Armada Robert FitzRoy había comandado un bergantín corbeta llamado Beagle por las gélidas y desoladas costas de la Sudamérica austral. Ahora FitzRoy estaba preparando una segunda expedición aún más ambiciosa, consistente en delinear mapas de navegación de la costa de la Patagonia y la Tierra del Fuego para realizar después una serie de medidas cronométricas por todo el mundo. FitzRoy pidió al Almirantazgo que se uniera a la expedición un geólogo que pudiese estudiar los extraños terrenos de la Tierra del Fuego.
Charles Darwin, a sus 22 años, fue elegido naturalista del Beagle sin remuneración a bordo (su padre tuvo que costear todo el viaje e incluso le proporcionó un criado como ayudante). Nunca se había echado a mar abierto, no era un científico experimentado, no iba a cobrar por su trabajo y recibió el puesto tras la negativa de otros. No obstante, fue una auténtica fortuna para la historia de la ciencia.
A finales de 1831 el Beagle zarpó de Devonport (Plymouth, Inglaterra) rumbo a su nueva misión. EN 1835 el Beagle llegó al archipiélago volcánico de las Galápagos y comenzó con una rápida inspección de la pequeña isla La Española.
A Charles Darwin le llamaron especialmente la atención sus singulares reptiles. Las tortugas eran de gran tamaño y, aunque terrestres, les gustaba frecuentar el agua y chapotear en el barro.
El viaje de Darwin a las Galápagos fue una experiencia decisiva. Aquel extraño archipiélago volcánico en medio del océano resultaba una prueba viviente de que las especies podían evolucionar.